Relato concursante en Roses per Sant Jordi, organizado por el mayorista de rosas de Sant Jordi rosessantjordi.com.
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Había pasado ya una semana desde que mi abuelo fue ingresado en el hospital; yacía en una camilla con expresión perdida, ya que el Alzheimer había afectado profundamente a su memoria. Estaba abatida, eclipsada por la pena y la tristeza. La noche del 23 de abril, en Sant Jordi. Abrí la puerta de su habitación, sabiendo que iba a ser la última vez que entraría en aquella sala, con una rosa tendida en la mano, me acerqué y como regalo de adiós se la ofrecí. A continuación, me miró de manera distinta, de pronto un destello de luz iluminó la rosa y una lágrima le mojó los parpados: “Susana”-me dijo. Y cerró los ojos.
Dicen que los abuelos nunca mueren sino que se vuelven invisibles. Haber pronunciado ese nombre, mi nombre, era el mejor recuerdo que me llevaría de él antes de marcharse.
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